La Muerte vestida de Novia

La historia de la Novia de Puerto Colombia, es una de las leyendas urbanas más populares tanto en Barranquilla como en el municipio del cuál toma nombre. Se cuenta que el alma penante que aparece en la famosa curva del Diablo, es la joven Blanca Rosa Vilar Villamizar, fallecida a los 17 años un pasado 5 de febrero de 1983; sin embargo muchas personas aseguran que los encuentros se han presentado desde los años 70, por lo que no podría ser la mencionada quien aparece como vestida de novia. Lo indiscutible es que entre más pasa el tiempo, mayores avistamientos se han dado en la temible curva, tanto así que ha cambiado el comportamiento de conductores, sobre todo de taxistas y choferes de buses y tractomulas que prefieren pagar el peaje de Papiros antes que arriesgarse a encontrar su presencia.

Cuenta la leyenda…

Que bajo una tarde fulgurante, el viento salado sazonaba el destino de Blanca, una bella morena porteña que con un beso le daba el sí a Yassir, un barranquillero adinerado de familia libanesa que había conocido hace apenas una semana. Pradomar fue el causante y testigo de su amor repentino, las sucias olas fregaban sus miedos que junto al día acrisolaban la pasión desenfrenada entre la adolescente de juventud entrante, y el joven de madurez llegante.

No era la boda pero ya se la imaginaban, y el noviazgo que fue bien recibido por la familia de Blanca, era mal visto por la madre de Yassir que junto a su anterior nuera en potencia, se rehusaban a entender y aceptar cómo una morena con el colegio todavía por terminar, encandilaba los ojos de un hombre con semejante porvenir.

Era una época donde sólo existían las antenas radiales, ni por las curvas existía lo digital, y ante la impaciencia que antes predominaba por formar una casa a temprana edad, la pareja decidió fijar matrimonio luego de gozarse unos cuantos meses, contados como semanas, para hacerlos parecer más extensos.

La sorpresa del compromiso aclaró aún más los ojos de la madre de Blanca, causando efecto contrario en la contraparte, con risas vacilantes en ambos padres, sin embargo, y a pesar de las diferentes creencias, decidieron casarse un 7 de Diciembre en la Parroquia Inmaculada Concepción de Barranquilla, ejerciendo favores con el párroco por la magna fecha elegida.

Un 7 se conocieron, una semana para hacerse novios, 7 años le llevaba Yassir, en 7 segundos se había enamorado Blanca, y justo ése 7 los farolitos iluminaban las calles de una ciudad que por ésas fechas pensaba más en cómo una Bruja le daría su primera estrella. La fecha elegida era el más claro indicio del destino para sellar el porvenir de la joven pareja.

Culminados los preparativos, cobrados los favores, llegó el día esperado con altas expectativas por partes iguales. La boda debía ser de noche, después de la misa de velitas y con temperatura fresca; la familia del novio se había encargado de decorar la iglesia de una forma majestuosa, en el piso se forjaba un camino iluminado con faroles de color plateado que junto a la luz tenue de la vela y un paso de pétalos blancos, llenaban de un toque mágico la marcha nupcial que daría la novia. Las cintas de raso acompañadas de flores celebraban de selectos colores el encuentro con rosas, tulipanes, claveles y orquídeas que con sus matices diversos reemplazaban los colores de los farolitos tradicionales, anticipando además un carnaval tempranero que ya vaticinaban en la ciudad.

Ambas familias esperaban pacientes en la iglesia mientras finalizaba la misa de velitas, el novio ya se encontraba dentro y sólo faltaba por llegar su prometida, que por nervios de la vida, terminó saliendo tarde de la casona de su abuela, una matrona que ahora postrada en cama había sido testigo de todos los matrimonios de sus hijas y muchos de sus nietas, llena de sabiduría sobre el deber ser de una mujer casada, fue buscada por el padre de Blanca para que bajo su bendición el matrimonio fructificara.

Salieron tarde, el reloj pasaba las 7 y bajo las luces amarillas de los pocos postes de luz, tomaron la carrera 51B, que por entonces no era vieja, acelerando un poco para tratar de llegar a tiempo, pero al momento de tomar una curva donde la maleza invade ambos carriles de la carretera, aparece de la nada un colorido bus amarillo ocupando ambos carriles, el padre de Blanca reacciona bruscamente y gira su timón a la derecha, el bus pasa por su izquierda rozándolos, pero el carro pierde el control, y por falta de guardarríles, se desborda en una zanja donde da vueltas, levanta arena, huesos se rompen, telas se ensangrientan y con estrepitosos sonidos el metal se retuerce a cada impacto, aunque ningún grito se escucha, y el bus que ocasiona el accidente nunca se detiene.

Al rato despierta Blanca, su respiración es jadeante, el dolor la invade, se siente apaleada y desorientada, no sabe qué hacer, se encuentra en la parte trasera del carro, no se había puesto cinturón porque le tallaba el vestido que ahora desgarrado lentamente se llena de sangre, logra arrodillarse, ve a su padre todavía detrás del volante, lo llama sin respuesta y le toca la cara que siente húmeda; el parabrisas se encuentra fragmentado, el techo hundido, y la poca luz de la noche no deja ver bien el estado en que se encuentra su padre.

Blanca con esfuerzo logra zafarse de una capa del vestido y sale por la deformada puerta trasera, se acerca a su padre, abre la puerta y ve su camisa blanca teñida de rosa, Blanca desespera, intenta llamarlo, lo sacude para despertarlo pero no responde, así que llora, gira a un lado, luego al otro, el dolor la invade, pero decide subir el montículo por el cual desplomaron, se reincorpora, ve desde arriba el carro y empieza a gritar por auxilio, pero la oscuridad la acompaña, camina un poco, se aleja, continúa gritando lo más fuerte que el dolor la deja y se encuentra de frente con varias luces que la destellan, un golpe seco se escucha junto a un fuerte rechinar, y ante voces inteligibles y un último respirar el vestido de Blanca se tiñe de rojo bajo una afilada luna menguante.

Los caminos de Barranquilla empiezan a iluminarse de coloridos farolitos acompañadas de la risa de los niños que con chispitas mariposas corretean de aquí allá la noche en familia. Unos cuantos fuegos artificiales retumban en el aire replicado con el centellear chispeante de los volcanes en el suelo, las “cuatro fiestas” se repiten sin cesar y compiten con la brisa que llena el mundo de placeres, pero ésa ventolera de felicidad no llega a la vida de Yassir ni Blanca, pues las velas con deseos incumplidos quedan encendidas en la iglesia Inmaculada, apagándose una a una hasta que la noticia llega, extinguiéndose consigo la última esperanza y la oscuridad de la desgracia llega sin consuelo a una celebración no invitada.

La noticia estremece los periódicos de Barranquilla al día siguiente, pero a la semana es completamente olvidada por la celebración de la tan anhelada primera estrella. La peligrosa curva sigue transitándose como de costumbre, pero el 7 del mes siguiente empieza a coger otro nombre.

En las noches frescas y solitarias del 7 de cada mes revive una tragedia que atemoriza a todo conductor encaminado por las mismas curvas del terrible accidente. Entre Puerto Colombia y Barranquilla, al caer el oscuro manto de la noche, sobresale una curva retorcida y hambrienta que por el repetir de muchas historias, ha sido bautizada como “La curva del Diablo”. Allí, los miedos se convierten en realidades y todo compás racional se desvía. Ésta curva sedienta se escucha suspirar cuando la ramas de sus árboles se mueven, allí, donde el negro y rajado asfalto ha sido cicatrizado con la espesa sangre de sus víctimas, las estrellas desaparecen y sin importar el ciclo, la luna cambia a una guadaña.

El rugido de los motores despierta a la entidad que entre sus curvas se esconde y cuando en la distancia divisa un espacio reservado para ella, sale una mujer de piel pálida  y vestimenta blanca que a un costado de la carretera pide chance, si el conductor decide ayudarla, se encuentra con una mujer extraña pero hechizante que sin mediar palabra toma asiento en la parte delantera del vehículo, aquí es cuando el aire se torna denso y la visión se vuelve como un túnel invadiendo al conductor con un miedo indescriptible que lo hace evitar fijar mirada a los ojos de ella; cuando el conductor finalmente lo hace, la mujer desaparece, pero su pesada presencia permanece.

Comprendiendo lo sucedido, el conductor debe seguir rumbo sin mirar por el retrovisor hasta llegar a una iglesia o un santuario con una cruz, de hacerlo así el conductor podrá librarse de toda desgracia; no es casualidad que en la actualidad exista cerca a la temible curva el Monumento a Monte Carmelo donde se alzan la figura de la virgen y dos cruces una encima de la otra.

Por el contrario, si el conductor decide no ayudarla, o mira nervioso por el retrovisor si se encuentra en el carro, ve la figura destrozada con cara consumida por los gusanos, pelo alborotado y lleno de maleza, ropa rasgada y ensangrentada con un lento y cada vez más fuerte sollozar pidiendo por ayuda, sufriendo el dolor de los sueños no cumplidos, sangrando odio por un destino arrebatado, un desconsuelo tan inmenso que hace afligir hasta el más fuerte, llevándolo hasta la desesperación ocasionándole un accidente.

Por eso, cada vez que cae el oscuro manto de la noche, más y más conductores optan por pagar el peaje Papiros, jurando evitar a cualquier costo la carretera vieja. Los relatos de aquellos que han cruzado la Curva del Diablo persisten en susurros, muchos temen que las apariciones sean más que una alma en pena, y como creyentes en lo más alto, sepan que en lo más abajo existen incontables demonios que se valen de cualquier artimaña para saciarse de almas enteras.

Sin importar creencias, nadie supera el terror de encontrarse cara a cara con la Novia de Puerto Colombia, cuya presencia fantasmal sigue acechando cada 7 con más fuerza, dispuesta a reclamar venganza por aquellos conductores que le ocasionaron ambos accidentes y que por culpa de su imprudencia acabaron tempranamente con un amor recién encendido y una vida con muchas farolitos por alumbrar.

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