El Pueblo de Agua

Sep 28, 2023

24 min

Barranquilla, Colombia

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En esas regresa Enrique preguntando por Edilma, pero cuando entra a la tienda, los ve a ambos ausentes en su plena presencia, aplaude para que espabilen y luego les pregunta:

–Ajá ¿Y ustedes qué? ¿Se congelaron con la brisita que anda haciendo?

Las preguntas despiertan a Roque, mientras que el entrar y saludar de Jose terminan por despabilar a Edilma; todos se saludan con un abrazo, Roque y Edilma se reincorporan, y nuevamente Enrique les pregunta: –Ajá ¿Y ustedes qué? ¿Se les comió la lengua el gato?

Enrique se los quedó mirando, dirigió la mirada a Edilma y luego dijo: –Edilma, tengo que comentarte algo.

–Hombre Enrique –empieza a hablar Roque–. Estábamos haciendo memoria de unas vainas, ¿Tú te acuerdas de Meneses? ¿Al que ayudamos con las jaulas de Jaiba por allá casi en las afueras del pueblo?

Edilma no le responde a Enrique ya que seguía regresando a las evocaciones de sus pensamientos.

–¡Claro! ¡Cómo no! Si por él es que tenemos buena jaiba en la ciénaga –dijo Enrique.

–Oye ¿Y el Manu? –preguntó Roque.

–¿Meneses? ¿Ése no es el brujo de la ciénaga? –preguntó Jose luego de Roque.

–No, no –le responde Enrique a Jose–. Ése man fue el primero que crio Jaiba acá, y luego mi papá y yo las liberamos.

–Todo bien, pero el Meneses embrujó la ciénaga antes de irse –dijo Jose–. Tenemos jaiba es porque ustedes las liberaron.

–El Manu anda afuera –le respondió Enrique a Roque.

–No, de hecho, fue Meneses quien me dijo que las liberara y me advirtió que no las pescaran sino hasta que comenzara el próximo año –dijo Roque.

–¿Ah sí? –preguntó Jose.

–Sí. –respondió Roque–. Justo de eso estaba hablando con Edilma antes de que ustedes llegaran, es más, les tengo una pregunta: ¿Ustedes recuerdan cómo se llamaba?

–¡Claro! –dijo Enrique–. Él es el viejo…. El viejo… M… Meneses… ¿Cuál es el que era su nombre? ¿Tú recuerdas Jose?

–A ver, Meneses ¿Meneses? el viejo Meneses, el loco Meneses, M… Meneses… No nada… Ahora que lo preguntas, no tengo ni idea… No sé, como que no recuerdo –dijo Jose.

–En esas estamos –dijo Edilma–. Ninguno de nosotros recuerda su nombre, incluso a mí hasta se me ha olvidado cómo se veía.

Jose al escuchar a Edilma, recordó algo y dijo: –Oye Enrique, lo de Edilma.

–Ah no, eso no es problema –dijo Enrique–. Yo sí recuerdo bien cómo es que era el viejo Meneses. Pilla, él era de mediana estatura, más o menos como Jose, menos la barriga. –Se les salen unas sonrisas–. El pelo era oscuro y enrulado, como si no se lo hubiera cepillado por mucho tiempo; de piel morena, pero no morena de nacimiento sino quemada por el sol, se le notaba la diferencia; tenía varias arrugas, pero no se veía muy viejo, digamos que se veía como de unos 33 años; tenía la cara alargada y el mentón afilado, la nariz normal, no era fina, era normal, de hombre, con montaña, normal, a ver ¿Qué más?… Los pómulos eran como pronunciados y los ojos marrones, hombros anchos, pero bien anchos y contextura flaca….

–¡Es él! –exclamó Edilma rompiendo con un ambiente que poco a poco se tornaba extraño.

–¿Dónde? –preguntó Enrique –¿Qué cosa? –preguntó Jose –¿Meneses? –preguntó Roque. Mientras todas las miradas se afilaban apuntando en direcciones diferentes.

–¡Meneses! –exclamó Edilma–. ¡Es él con quien he estado soñando últimamente! No, no han sido sueños ¡Sino pesadillas!

Edilma tras decir esto podía sentir el punzar de las miradas que le empezaron a perforar la cara. El ambiente se había condensado, el aire endurecido y el sudor no demoraba en aparecer en las frentes de las personas presentes, que ahora se encontraban congeladas ante el nuevo estado del presente.

–De… ¿De cuáles pesadillas hablas Edilma? –preguntó Roque trastabillando, atreviéndose a decir lo que todos estaban pensando, y esperando a confirmar lo que en todos estaba retumbando.

–Pues verás… Todo empieza una noche bien noche, yo escucho un ambiente de fiesta, por lo que en el sueño me levanto, me alejo de la cama y me encuentro al pie de mi puerta mirando en dirección a la plazoleta pública; es entonces cuando veo a una persona en la lejanía, no logro descifrar quién es, cuando de repente siento los pies en el agua, desvío la mirada y veo que es sangre, eso me impresiona mucho así que me volteo para ver de dónde viene y me veo tirada en el suelo, llorando, junto a varios cuerpos que no logro distinguir, entonces escucho un grito, me hiela la sangre pero volteo una vez más y me lo encuentro a él, a Meneses, frente a la iglesia con las puertas abiertas y con lo que creo son unas llaves en la mano, pero la arena de la plaza la sigo sintiendo húmeda, así que veo para abajo y descubro que está roja, es la sangre que no se ha ido y ahora lo mancha todo: la arena, la iglesia, el cielo y el agua, luego veo mucha gente tirada, no, muerta en el suelo, es de ahí de donde viene la sangre como un río que circula lento sin dejar de borbotear, estalla de ruido la plaza con unos sonidos fuertes que suenan como disparos y veo quemones de luz que me enceguecen totalmente; todo acaba, no veo nada y del susto me levanto –relató Edilma.

Al escuchar esto, no sólo la gente, sino la tienda entera guardó silencio, la algarabía de afuera transformada en fiesta se había silenciado, no se escuchaban a los chicos forcejear con el balón, ni los gritos de las anotaciones, y el clamor de la gente pidiendo pelea estaba desaparecido; el ambiente adentro se había condensado tanto, que el sudor que antes recorría por sus caras, ahora se quedaba congelado en un sólo sitio; no se respiraba, nada se movía y sólo se escuchaba el letal sonido oculto del pueblo, una sinfonía que precede su destino y que desde chicos sus habitantes han sabido ignorar para conservar su propio juicio: es el sonido de las olas, aunque ínfimas, constantes olas, que en su incesante golpetear, van pudriendo la fundación de las casas, van desgastando la firmeza de los habitantes, van carcomiendo las esperanzas de todo el pueblo.

Roque, Enrique, Jose y Edilma al ver la reacción, el sudor pasmado, el aliento estacionario y la gélida mirada de cada uno, habían comprendido que ese sueño, esa zozobra donde borbotaba un solo color y resaltaba un solo apellido, no era solo una molesta pesadilla, sino una realidad creciente y amenazante que todos compartían ¿Cuántas personas más habrían de compartir la misma angustia? ¿Cuántas personas más compartirían el mismo destino? Innumerables preguntas y pensamientos les pasaban por su cabeza y por primera vez en mucho tiempo, este grupo de vividores había abandonado la levedad de su existencia, dejando atrás la ignorante felicidad de su vida, para empezar a preocuparse por el final de la misma.

¡A éste cuento le falta un pedazo!

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