Los Pies en la Tierra
–¡Avelino ven acá! –gritaba Edilma con el desespero de siempre al ver a su hijo montándose en un bote con otros seis muchachos en dirección hacia el Sureste.
–Dale rápido ¡Dale rápido! –decía Avelino a sus compañeros al saludarlos ágilmente; enseguida coge un remo de la mano de uno de ellos y empiezan a remar fuertemente. Cuando se da cuenta que tomaron distancia, voltea hacia su casa y grita–: ¡Nombe Ma’!1 ¡Si yo ahorita regreso!
–¡Qué ahorita ni que nada! ¡Vente pa’-acá de una buena vez! ¡Que no has puesto a secar la ropa! –le reclama Edilma en voz alta.
–¡Cuando regrese te ayudo con eso! –responde Avelino y cuando se voltea para seguir remando, no aguanta las risas y un alborozo se forma con todos sus compañeros.
–¡’Tas creyendo! –respondió Edilma con fuerza, pero sólo obtuvo unos cuantos saludos con las manos como respuesta; los siguió con la mirada, se fijó en las camisetas: eran rojas y blancas, entonces supo con certeza que se dirigían al lugar de siempre; Edilma soltó un suspiro, estaba un poco molesta y sin mayor remedio, dijo para sí misma: –¡Ah! ¡Este pelao’ es la patada!2 Para cuando quiera regresar ya se habrá hecho de noche. –Enseguida retomó sus oficios y empezó a colgar la ropa que su hijo le había prometido sacar en la mañana.
–¡Entonces Lino! –dijo Alejandro Gómez, uno de los muchachos con camisa blanca–. ¿Listo para la zapateada de esta tarde?
–¡Que si no! –respondió Avelino Mendoza–. ¡Vas a ver la goleada que le vamos a meter!
–¡Que hablas nada, si la otra vez le ganamos por penales! –le respondió Gerónimo Ayala con una sonrisa amplia, otro de los muchachos que visten camisa blanca.

–¡Ayyy! ¡Tirándole a uno agua en la cara! ¿Así cómo no van a meter gol? –les reclamó Armando Suárez, uno de los que visten camisa a rayas rojas y blancas.
–Eche ¿Y acaso nosotros tuvimos la culpa de que lloviera ese día? –les preguntó Javier Enrique, otro de camisa blanca.
–¡Qué va, pura trampa! –respondió Avelino.
–¡Que hablan nada! –reclamó Gerónimo.
–¡Pura trampa! –repitió Avelino en coro con sus compañeros de rojiblanco.
–Avelino –dijo Néstor Camargo.
–Cuenta –le respondió Avelino.
–Sí pillaste que van de blanco –dijo Néstor señalándolos con la boca mientras remaba desde la proa.
–¡Oye verdad! ¿Y ustedes qué hacen de blanco? –preguntó Avelino.
–¡Nojoda, ya van a empezar con la trampa!3 –agregó Armando.
–¡Eche qué va!4 –respondió Alejandro–. Sino que las azules las teníamos sucias, ¿Sí o no Humberto?
–¡Ajá! –respondió Humberto Castro.
–¡Qué va, tramoyeros! –reclamó Avelino.
–¡Ah pues! Ni que fueran ciegos para no diferenciarnos –reclamó Alejandro.
–¡Qué nada! ¡Tramoyeros! –repitió Avelino en coro con sus compañeros de rojiblanco.
–¡Nojoda! Ya veremos
–respondió Alejandro, mientras continuaban remando en dirección a la cancha que se encontraba en la cercanía.
En el planchón se divisaba a otro muchacho con camisa rojiblanca; él se encontraba con un balde sacando el agua sucia y estancada pues quería dejar secas las inmediaciones de los arcos hechos con mangle que servían de portería.
Néstor dejó de remar y agarró con su mano uno de los troncos verticales que cercaban la cancha, luego direccionó con fuerza el bote y prescindió del remo al momento de salir; los demás muchachos fueron saliendo de uno en uno dejando finalmente a Avelino de último, quien una vez afuera, agarró el bote del costado derecho y con la ayuda de Néstor, que se había quedado esperándolo, arrastraron la canoa hacia la única entrada donde no había palos verticales en la pequeñísima isla de tierra; revisaron, dejaron todo listo y se fueron en dirección a donde estaban los demás. Cuando llegaron, saludaron a Luis Valderrama y Avelino enseguida le dijo:
–¡Entonces Lucho! Te la vacilaste toda, ya quedó lista la cancha–.
–Así ya no hay trampa que valga –agregó Armando; pero enseguida reclamó Gerónimo–: Es que hablan nada, parecen un disco rayado con esa vaina–. A lo que todos rieron y bromearon un rato.

–Bueno Lino o tú Lucho, escojan la cancha –dijo Alejandro.
–Fácil, la Sur –respondió Avelino a lo que luego agregó–: ¿Sí o no? –mirando a su equipo.
–Sí. Todo bien. Cómo sea –respondieron Néstor, Lucho y Armando respectivamente.
–O sea la que no tiene matas, ¿Verdad? –preguntó Alejandro.
–Así es –respondieron Lucho y Avelino.
–Ajá –les confirmó Humberto.
–Bueno, bueno ¡Juguemos entonces!
–dijo Javier Enrique, dueño de un balón que tenía en la mano al que se le podían ver todas las costuras; no era uniforme y el cuero estaba por retazos, todo el brillo original se le había desvanecido y ahora sólo resaltaba un color muy familiar a ellos: el marrón agrisado, sucio y oscuro.
Los jugadores se chocaron las manos con buena voluntad, cada uno tomó sus posiciones y Avelino, ahora en el centro de la cancha y con el balón en los pies, se dirigió al grupo antes de comenzar el partido: –¿Listos? –preguntó, a lo que un–: ¡Sí! –respondieron todos con ansias y entusiasmo. Avelino sonrió, miró a los ojos de Alejandro que se encontraba frente a él, y a la falta de un silbato luego gritó:
–¡Pa’ Ya! –.
Y comenzó el partido.

Glosario
- Nombe: o «Nombre» Abrev. «No hombre». Interjección del caribe colombiano para expresar molestia o disgusto
- Pelao’: Abrev. «Pelado». Colombianismo utilizado para referirse a un niño pequeño.
- Nojoda: Regionalismo del caribe colombiano usado para expresar tanto fastidio como sorpresa.
- Eche: Interjección del caribe colombiano usado para expresar inconformidad o molestia.